Bob
Desde la última mesa en la esquina veo cómo Bob remueve una sartén con lo que parece ser un estofado. Es un tipo gigante. Jamás hemos cruzado palabra y lo conocí en el momento en que terminé de hacer mi pedido hace unos 10 minutos. Su cara me dice que su nombre es Bob. No, en realidad su cara me dice que ha estado en prisión. Conozco a esos tipos. El tubo a tórax es su título de graduación, llevan con orgullo la cicatriz gigante en el pecho. Entran y salen de prisión porque las cárceles no dan a basto, buscan un trabajo y parece que realmente cambian, se adaptan pero no para bien. La cárcel en este país no hace bien a ningún hombre. Menos en esta época.
Espero mi pedido, una carne asada, y de entrada una sopa de arroz. Fue hace unos 20 minutos pero tampoco tengo prisa, a la esquina en que estoy llega el olor dulzón de la mezcla culinaria que presagia el amarillo de los garbanzos y la textura del arroz blanco en la boca. Espero a la pareja que viene todas las tardes a almorzar aquí. Sé que vienen porque ese es mi trabajo: Saber quién y dónde por la suma indicada de dinero.
Desde aquí veo cómo Bob continúa con su arte. Agita la sartén con seguridad, veo los tatuajes en la piel morena de sus brazos descubiertos. El sudor de su frente y brazos que cae y se desvanece tan pronto toca la estufa es un relato del arduo trabajo del día. Entre el ambiente grasoso de la cocina y el calor de las estufas, con una rápida mirada a la piel de mi amigo Bob, veo tribales, el escudo de un equipo de fútbol nacional y lo que parece ser un nombre en esa tipografía ininteligible de los graffitis de hip hop, todo mal distribuido, como pegatinas puestas sin intención aparente en un cuaderno de colegial.
Finalmente la pareja llega, me pongo de pie, dejo mi bolso con un par de cosas sobre la silla, tomo mi teléfono celular, un paquete de cigarrillos y me acerco a la cajera, una chica de unos quince años, probablemente la hija del dueño o una familiar cercana. El aire grasoso de la cocina se hace menos denso mientras me alejo. “nada personal, Bob. Es solo trabajo” —musito para mi amigo ex convicto— La chica me mira y le sonrío —voy a fumar y ya vengo— le digo con un tono medio de disculpa por haber ordenado y no esperar pacientemente mi pedido. Mientras, anoto rápidamente en mi cabeza los detalles que percibo en la mesa de la pareja que acaba de tomar asiento.
La gente cree que ser detective es emocionante, que implica crímenes, y música de jazz de fondo, sombreros fedora y un amorío con una rubia con exceso de lápiz labial rojo. Para la mayoría de nosotros se trata de dos opciones: espiar a maridos (presuntamente) infieles, a veces simplemente confirmar lo que ya saben, o uno que otro caso de desaparición a los que la policía no puede (quiere) prestar atención. Quisiera decir que este caso es uno de los más interesantes, pero en realidad es la primera opción.
Oigo el motor de una motocicleta acercándose a lo lejos. Afuera el sol cae en mi piel como agujas de agua fría, lo que menos se me antoja ahora es fumar, pero es un buen pretexto para, desde aquí, ver más tranquilo las mesas. Fumo y eventualmente echo un vistazo a mis cosas en el fondo, El sabor de los Mustang se siente a cada bocanada, es horrible pero es lo más barato que pude encontrar. Soplo fuera el humo en una bocanada haciendo un gran aro que se deshace rápidamente por el viento. ahora echo una mirada a la pareja en el restaurante. La motocicleta con dos jóvenes se oye cada vez más cerca y aprovecho a tomar un par de fotos con el teléfono celular al infiel de turno: recién bañados a esta hora del día, llegaron en automóviles diferentes, mantienen una distancia casi laboral, el hombre revisa constantemente el celular. En definitiva el trabajo está casi hecho, me digo. No fueron muy lejos, mañana rastrearé el motel y ya estaría. -Estás jodido hijodeputa- casi siento lástima por él. Mi interés en la pareja decae significativamente. Noto las voces que discuten de los jóvenes de la moto estacionados detrás de una camioneta blanca que tiene aire de camioneta oficial cerca del restaurante. De ella ahora salen dos hombres mayores nuevos que entran al restaurante. ¿Acaso soy el único que almuerza solo hoy?
Llama mí atención uno de los dos tipos que va entrando. Parece que es conocido en el lugar, tiene una postura muy recta, camina con extrema seguridad y saluda a todos al entrar. Quiero decir, a todos menos a Bob que parece ponerse nervioso con su llegada. El nuevo comensal es alto, bien formado y fornido. Su mirada parece observar todo el lugar tan pronto entra. Nunca he sido especialmente fuerte y de seguro Bob sí que podría dejarme tendido en el piso de un manazo, pero se me da calcular rápidamente escenarios y opciones. Supongo que por eso hago lo que hago.
En una ocasión tuve que arrestar a un chico. Era un puto niño, de unos 18 años a lo sumo, su familia lo buscaba. Una familia de dinero, de clase, de apellido Santos o Ángulo, la clásica del niño que se sale de las manos y ya de adolescente empiezan los lloros “Ha estado muy extraño últimamente” “Se la pasa con esos amigos suyos” “¿!mi hijo?! ¡imposible!” “ese muchacho nunca hizo caso a nadie” “!Pero sí él nunca ha consumido drogas!” “¿En qué momento?”.
En fin, que el muy hijueputa puso resistencia. Cómo dije no soy de una complexión especialmente fuerte, así que me ví obligado a atarlo. Ahí lo tenía con la cabeza abajo y atado de manos, arrodillado frente a mí. yo hablaba por teléfono con su padre. Y el muy malparido que saca un chuzo y me lo clava en la pierna. Es curioso, pero una puñalada normal no duele, el dolor llega después, y en mi caso especialmente cuando sentí que giró el puñal dentro de mí pierna. Desde ese día llevo una pistola siempre conmigo.
No, yo no podría ganarle a Bob, seguro que Bob me saca la mierda en dos golpes, me sorprendería si estoy consciente después del primero. En cambio, mi nuevo amigo, el policía en día de licencia que acaba de entrar al restaurante seguro que soporta más golpes. Tiene un rostro cuadrado, con una barba bien rasurada y gomina en el cabello. Tiene cara de ser un Alberto. Si, le llamaré “el comandante Alberto Duarte”. o mejor “Duarte” a secas mucho más oficial, para su cargo. Me pregunto ¿qué apellido tendrá Bob?
Hora de volver al trabajo. apago el cigarro contra el suelo. Y atravieso las mesas poco a poco, Duarte se sienta jovial y revisa la carta. Bob finge (muy mal) no mirar constantemente hacia acá. No, Bob no tiene apellido, no lo necesita, él es así. Bob, a secas. Como un nombre artístico, el artista de la cocina Bob, Bob el artista de las peleas, Bob el grandulón, Bob el destructor. La chica lleva mi pedido, el rojo de los tomates adornan la carne en guiso que Bob cuidadosamente cocinó para mí. Vuelvo a sentarme en mi esquina.
De repente veo a los de la moto en la entrada. Son jóvenes, uno lleva uno de esos bolsos canguros. Se baja, y entra. -ah no sea hijueputa, ¿a lo bien hoy? ¿justo hoy?- pienso, mi corazón se agita. El tipo atraviesa rápidamente las mesas, con altanería. Repaso en mi mente el costo de las balas en mi arma, la escondo entre mis piernas, apunta a mi asiento. Como un nuevo y portentoso miembro extra entre mis piernas. Le quito el seguro. -mierda, ¿cuántas balas tengo? ¿Una? ¿Dos?- el chico mira a la cajera, se abre el canguro. Amartillo. -Putas balas caras. No lo hagas chico, mierda, puta, mierda- el tipo saca su arma y grita: “¡SUÉLTENME TODO GONORREAS HIJUEPUTAS!
Lo primero es observar, para eso sirves. Miro a Duarte, él piensa igual, nuestros ojos se encuentran. Le sostengo la mirada y trato de decirle desde aquí con mi mente. “No seas un héroe” Espero que no esté armado. Su compañero le espera en la moto afuera. ¿Estará armado? Es un riesgo. Piensa idiota piensa, ¿tengo una o dos balas? no puedo fallar.
— Está bien, entreguen todo— Dice Duarte poniéndose de pie mientras levanta las manos.
La cajera , antes paralizada, despierta del trance y obedece sacando el dinero de la caja.
— Eso hijueputas, rápido gonorreas, paso mesa por mesa, celulares, TODO!!
— Tranquilo pelao’, le digo tratando de suavizarlo mientras pasa recogiendo desde mi mesa
ahí van las pruebas de la semana, pienso. No es que importe al final, no son las únicas, no es grave. Puedo dejar que se vayan. Pero el señor Duarte, no parece estar en mi posición. Por lo que veo está armado, más de una bala debe tener. Estaré atento a brindarle apoyo. Ok, ese es el plan. Atento a la puerta si Duarte dispara al de adentro. Lo lógico sería esperar a que se vaya. Sé de antemano que su prioridad es la seguridad. Vaya que no vamos a iniciar un tiroteo porque sí en medio de todos. Tomo una gran bocanada de aire.
El joven va saliendo del restaurante, estoy atento a la puerta. Tan pronto se aleja de los comensales Duarte manda la mano a su cinturón. Es preciso, retumba un par de veces, y el chico cae al mismo tiempo que Duarte grita ¡Al piso! Por mi parte saco mi arma mientras sostengo la mirada a la puerta, atento a dónde saldrá su cómplice. No le toma mucho, Duarte también parece estar listo, entra gritando —!Gonorreas!— sí lleva un arma, Duarte es más hábil que yo, pero desde su posición es más fácil fallar. Retumba otro par de veces ¿o tres?, pero esta vez nadie cae. Duarte gira a la derecha como buscando cubrirse con un muro, me deja ver mejor al segundo pelao desde ahí. Disparo una vez, suelta una ráfaga que le cae en el hombro. “hijueputas!” grita y le apunta a Duarte desde el piso, Duarte le patea la mano, luego con el arma le pega en la cara. El chico queda inconsciente.
Suelto el aire. Duarte inspecciona los cuerpos, y yo solo pienso en Bob, Bob el artista, el cocinero, solo Bob, el ex presidiario. Ahora me viene a la cabeza como toda esta mierda es muy rara, como si alguien hubiera planeado desde adentro, y de nuevo pienso en Bob, que está junto a mi, con un cuchillo gigante de carnicero. Se me detiene el corazón, tomo aire. Y siento el golpe de Bob. Seco en mis entrañas. Boto todo el aire. Efectivamente, no creo soportar más que un golpe de Bob, aprieto el gatillo, suena un click, “pobre imbécil” me digo en la cabeza. Bob levanta el cuchillo en un solo movimiento hacia atrás, apunta a Duarte que no se ha dado cuenta en medio del alboroto. Con todas mis fuerzas trato de gritar lo primero que se me viene a la cabeza, quiero gritar “Duarte” pero solo me sale un sonido como de ternero mugiendo.
Empujo a Bob, más bien, trato de hacerlo. Ya veo luces que parpadean por todas partes. Nuestros cuerpos entran en contacto justo en el momento en que sus dedos regordetes sueltan el cuchillo que ahora vuela por los aires. Duarte, mira hacia acá al oír el cuchillo golpearse contra el techo. Parece que entiende de inmediato, Bob grita o chilla. Finalmente, logro tomar una bocanada de aire, toso, me duele hacerlo, la boca me sabe salado y metálico. Un nuevo estallido suena, Bob cae de rodillas y alcanza el cuchillo tirado en el suelo. Tomo el cuchillo con el que me disponía a cortar la carne. —Nada personal, Bob— le digo antes de clavarle el cuchillo en el cuello. Finalmente, veo como la tinta negra cierra las cortinas de este acto para mí.
Arturo Belano
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