Tercera persona

 

Él

Sus ojos acarician lentamente a la mujer de las fotos que observa desde la pequeña ventana de su móvil. Ve a un sujeto que se le antoja guapo y joven. Por su cara parece un muchacho honesto y sincero, hasta sensible. Javier considera, basado en sus rasgos, que es bastante menor que él. Vuelve entonces a saborear la sensación de belleza que le llena al ver a la mujer. Le parece linda a pesar de que no es particularmente su tipo. Su memoria le trae un par de bailarinas de porcelana que giraban, en la caja musical de su madre, al compás de una pequeña melodía de Beethoven. Ensimismado, a Javier se le escapa entender la tristeza que le provoca. La imagen de las bailarinas lo conmueve, y se encuentra haciendo un esfuerzo por aferrarse a esas sensaciones. Como si un recuerdo especial estuviera asociado a ellas.

— ¿Qué pasa parcero? —interrumpe Carlos— acerca un par de cervezas a Javier, y a Pedro que está a su lado—Acá estamos es pa’ pasarla bien, hermano, pa’ divertirnos.

Javier esboza una sonrisa cortés que, casi de inmediato, desaparece dejando su rostro serio de costumbre. De repente, todo ese ambiente ruidoso se siente intrusivo, le aleja del recuerdo de las bailarinas. Toma un trago de la cerveza para quitarse el amargo.

Javier, mueve el pie debajo de la mesa de forma monótona sin seguir el ritmo de la música. Mira la hora y piensa en dos o tres formas en las que puede salir de ahí, pero al imaginarse solo en casa, las descarta.

—Sí, claro, pero un rato nada más. La verdá que no quiero estar mucho aquí—agrega, y le da un sorbo largo a la botella que suda en su mano.

—¡Hágale manito! Es más, si quiere llamamos a las peladas. Las de la otra vez. Sí o qué Pedrito, ¿sabe? —le guiña un ojo a su amigo al lado. Y de inmediato ríen estruendosamente. Javier, vuelve la mirada al celular.

Ella

Una mujer de unos veinticinco años, habla con un tipo de aspecto juvenil y afable. Parecen discutir.

—Emma, la verdad, estoy cansado para hablar de este temita— dice el joven con un gesto casi de súplica.

Emma siente el peso de esa palabra. En su interior bulle una sensación pasada, de repente la imagen de su padre y su madre discutiendo. Un grito ininteligible en sus recuerdos se convierte ahora en esa frase: “la verdad, estoy cansado”. La sensación rebota con fuerza y sus ojos se llenan de lágrimas, pero Emma es demasiado orgullosa para dejar que la vean llorar.

—¿Cansado? —contesta ocultando lo mejor que puede el nudo en la garganta— bueno, pues: descansa. Da la vuelta y sale del apartamento.

Al otro lado de la puerta se oye el grito de su pareja antes de salir —¿!Emma!? ¿Pero qué setentahijueputas le hice ahora?

ÉL

Camina por la calle. Ya cansado. Escapó de sus amigos con la excusa de fumar y ahora trata de pensar, de sentirse un poco mejor. Mañana le llamarán molestos, pero ya se les pasará. La infame soledad, sin embargo, no se va—no hago sino “pensar con las patas”— se dice en voz alta. trata de seguirle los pasos a esa sensación, como Hansel y Gretel siguiendo las migas de pan, solo que no sabe a dónde le guiarán, ni siquiera está seguro si esas migas son las que dejó él mismo. ¿En qué momento comenzó a sentirse así? ¿hace cuánto? ¿Un año? ¿Dos? Recuerda cómo se terminó alejando de sus amigas en la universidad. Luego recuerda los trabajos, uno tras otro. Recuerda a Jessica. le gustaba mucho, o bueno, eso creía. A los ojos de su yo actual, siente que se debía a que Jessica fue la única persona que de verdad le escuchaba. ¿Quizás su yo de veinticinco lo confundía con amor?  Se pregunta ¿qué habrá pasado con ella? “Sería lindo volver a encontramos” piensa y repite el nombre en voz alta como si al hacerlo materializara la idea, o la persona: “Jessica”. Recordarla ahora le hace pensar en las bailarinas, en Beethoven. Camina vigilante, es tarde, busca una caseta o tienda para comprar un cigarrillo, lleva tiempo sin fumar, pero es lo único que se le ocurre hacer justo ahora. Cualquier cosa para no volver a la casa. Solo.  

 

Ella

Emma también camina. “Tan solo quisiera poder hablar con él. Necio, terco” piensa para sí. Pero, en el fondo, se siente culpable. Sus padres, unos buenos padres, le enseñaron a manejar sus emociones.

—¿Te levantaste con la nube gris? — le preguntaban, y le daban un tiempo a solas para tranquilizarse. Sin embargo, de un día para otro, la nube gris se había ido, sin más. y solo se presentaba una vez al mes, cuando menstruaba. Se preguntó si estaría menstruando. No, hace menos de 15 días tuvo su última menstruación. Hace mucho tiempo la nube negra se había ido, pero nunca se fue del todo. Suspira y mira adelante. Una figura conocida le hace un ademán de saludo a lo lejos.

Él

Fumar para él era un hábito que había comenzado como una opción fácil para alejarse de la gente. No es que fuera torpe socialmente. Pero estar con gente por mucho tiempo le agotaba. Para Javier la vida fuera de su hogar, de su espacio seguro, era una gran obra de teatro, todos fingen con más o menos maestría. Y él no era la excepción. A pesar de ello, le costaba pedir su espacio sin sentir que rechazaba a los demás, la gente siempre preguntaba —¿Qué tienes? ¿Estás triste?— El cigarrillo encajaba perfecto para esas situaciones. —Voy a salir a fumarme un cigarrito— y ahí ya no pedían explicaciones. En su trabajo actual, ya no fumaba, pero fue gracias al cigarrillo que conoció a Emma. Para esa época tenía muchas responsabilidades en el trabajo y tenía un montón de cosas qué pensar. Además, su ex pareja le había llamado recientemente, y con la desazón toda junta, salió a fumar.

 

Él y ella

Se cree que el cerebro usa la agresión como un sistema de protección cuando la sensación de ternura es extrema. A este fenómeno se le conoce como “agresión tierna”. Estas cosas se decía Javier a sí mismo cuando conoció a Emma tratando de racionalizarlo, escampando bajo una carpa en el trabajo. Eran compañeros en esa empresa, aunque ella recientemente había entrado. De repente se encontraron hablando, ella le contaba más y más cosas de su vida, y él le escuchaba con atención. Sentía que la quería. Sin darse cuenta y como por azar un día se dio cuenta de que: sí, la quería. Así que decidió simplemente empezar a confiar en ella. Aunque su relación era muy esporádica les gustaba encontrarse de vez en cuando después del trabajo y ver una película, tomar unas cervezas o simplemente caminar. Se acostumbró a esperarla fuera del trabajo y charlar o caminar un poco, pues sus turnos por lo general terminaban un poco antes. Agitaba la mano sobre su cabeza para que le reconociera a lo lejos y luego la veía como caminaba con toda su ternura balanceándose hacia él. 

Ellos

La mano de Javier se agita sobre su cabeza y Emma corre al verlo a la distancia.

—Hola, pero ¿qué haces por aquí?—  Dice Javier con una felicidad transparente. Tiene una mirada de alivio. Piensa en abrazarla, pero duda un momento en comprometerse con ese acercamiento físico y para cuando se da cuenta termina en convertido en el usual beso en la mejilla.

Emma frunce el ceño por un momento, lanza una mirada a su alrededor y vuelve a Javier. —Vivo por aquí cerca, ¿recuerdas? Es que salí a caminar un rato.

Javier entonces inspecciona el barrio y se da cuenta de su error. Había caminado sin pensar, y terminó llegando a ese lugar. Por un momento, se siente estúpido, incómodo.

—pfff sí, es que no me di cuenta por dónde iba— Dice sinceramente.

Emma sonríe con ternura y se pone al lado suyo. —Caminemos juntos un rato. No voy para ningún lado—

De repente un silencio se interpone entre ellos. Javier piensa que es curioso como no siente incomodidad con el silencio de Emma, y se pregunta si ella sentirá lo mismo. En un intento por salvar el espacio Javier inicia —Alguna vez leí en una de las viejas enciclopedias de mi mamá, que los franceses tienen expresiones para todo. Por ejemplo, cuando de repente en una conversación se guarda silencio se dice que “pasó un ángel”—

—¿Ah sí?— responde Emma desinteresada.

—¿qué te pasa Emma? Es raro que estés callada. —Pasa Javier a la confrontación directa, no suele ser muy paciente, es cierto.

—Sí, o más bien, no. No es grave, pero es Sebastián. —continúa Emma— Hoy discutimos y dijo algo que me molestó mucho— Emma guarda silencio de nuevo. Javier trata de imaginarse a Sebastián diciendo cosas hirientes contra Emma, pero al poner las imágenes que tiene en su cabeza del tipo de las fotos sobre la escena se le hace imposible. Así que decide guardar silencio.

—bueno, no me molestó —continúa Emma— me lastimó, sí. Me dolió. Pero no es su culpa, soy yo. Hay cosas que dice que me lastiman más de lo que deberían. Pero él no lo sabe, cómo va a saberlo si no le digo, ¿no?

Él sonríe al recordar las discusiones con Jessica, recuerda cómo salía de la casa a pensar las cosas, con más claridad. En eso se parecen mucho con Emma.

—¿y entonces?, concede Javier.

—Entonces, nada. Supongo que disculparme. Pero es que no entiendo, por qué no habla las cosas. En mi casa todo se hablaba. Si no se hablan ¿cómo se van a arreglar las cosas? ¿Magia?

Emma está visiblemente molesta. Piensa en no decir nada sin antes calmarla.

—Con mi pareja anterior. —Inicia Javier— discutíamos mucho por eso. Y es que yo me acostumbré en casa a ocuparme en lugar de preocuparme. Pensaba: Si no lo puedo solucionar. No me voy a matar la cabeza. Mejor me pongo con otra cosa. Pero bueno, el problema era que ya no vivía solo. Ahora tenía que convivir con ella.

—Vivir con otra persona es duro —asiente Emma con un suspiro de frustración—

—Sí, es duro. —continúa Javier— Yo me llevaba muy bien con Jessica. Ella me escuchaba mucho, y eso que me costó hablar de cosas personales. Supongo que es algo de hombres al final. ¿no?

—El machismo, creo. ¿No has pensado llamarla?

—No quiero molestar, en primer lugar. Además, está haciendo su vida, que ya es demasiado compleja como para llevarle mis mierdas.

Los dos miran antes de cruzar una calle, le llega el impulso de tomarle de la mano para cruzar la calle, justo como los hacía con Jessica.

—Todos estamos haciendo lo mismo Javier, lidiando con nuestras propias cosas.

—Supongo que sí. A mí me gusta la gente, pero no la soporto.

Emma guarda silencio y cruza la mirada con él por un momento mientras caminan.

—Bueno, más bien prefiero mantener la distancia ¿Sabes? Otra historia: Cuando tenía, qué se yo, once años tal vez. Mis vecinos adoptaron un perrito. Y ellos eran algo pequeños, de unos cinco o seis probablemente. Era un perrito muy tierno. Así, todo pequeñito, peludito y torpe como todos los cachorritos. Buen pues, mis papás siempre insistieron en que me alejara de él. Que no era mío, aunque yo me moría de ganas de acariciarlo. Supongo que no estaba a mi alcance, nosotros no podíamos permitirnos un perro, lo más triste es que no hice caso. Y jugaba con él a escondidas, le decía cosas mientras le acariciaba en secreto. Era muy lindo, hasta que tuvimos que mudarnos. Ahí fue donde entendí a mis papás.

—¿Qué quieres decir?

—No sé. —ríen los dos— Pero siempre que pienso en tratar con gente me da mucha pereza, y luego se me viene la imagen del perrito, o la sensación que me quedó de él. Supongo que me siento así con la gente, y digo la gente como si fueran diferentes a mí, pero la verdad es que yo soy gente también. Entonces eso es lo que hace que me cueste confiar en los demás, que me duele acercarme.

Emma quisiera decirle que puede confiar en ella, pero no quiere hacerse responsable de él así que simplemente guarda silencio.

—En fin, que tal vez Sebastián solo quiere descansar contigo, tal vez solo necesita evadirse. Así como cuando uno llega de un día de mierda en el trabajo y solo quiere una cerveza y ver alguna película tontísima.

Observa en Emma un gesto triste, quisiera abrazarla pero duda si quiere cruzar esa barrera. Le pasa la mano por la cabeza en una caricia.

Emma lo mira un poco sorprendida con ojos vidriosos y una sonrisa.   

El celular de Emma suena, y ella inmediatamente le da un vistazo rápido a la pantalla. Javier supone quién es.

—Un día me cuentas de esas “cosas que te lastiman más de lo que deberían”. Pero hoy no. Seguro tienes que volver.  ¿Cierto?

Emma se ríe.

—Sí, ya me siento mejor. De verdad, muchas gracias por charla.

—No es nada, me gusta que hablemos. La verdad que estaba algo solo.

—Piénsate en llamar a Jessica, o bueno tal vez solo escribirle. Déjale un mensaje por ahí, un mensaje no le hace daño a nadie. Si yo fuera tu exnovia me gustaría saber de ti.

—Supongo…

Emma se acerca y le abraza, Javier le devuelve el abrazo. Están así por un segundo, o dos, luego él intenta besarle la mejilla, ella gira un poco la cabeza, el beso cae justo en la comisura de los labios de Emma. Ambos lo notan pero esperan la reacción del otro, Javier esconde su mirada hacia el suelo y Emma decide pasarlo por alto.

—Bye —dice Ella

—Bye

Mientras se aleja Javier enciende el cigarrillo, piensa en Jessica, da una calada y siente el horrible sabor del cigarrillo, el humo le da un poco de nausea, lo saca de inmediato de su boca con un gesto de desagrado y lo tira al piso. —No sé ni qué esperaba la verdad— se dice a sí mismo. Vuelve sus ojos a Jessica que ya gira en la esquina y se pierde de su visión. Recuerda cómo Jessica le escuchaba,

—espero que esté bien y feliz ahora.

Javier no se da cuenta, pero ahora está sonriendo.

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